El beneficio de la duda
jueves, 17 de diciembre de 2009
Es un lujo vivir con una fuerte convicción en el mundo en el que vivimos, tan repleto de preguntas sin respuestas, pero más repleto aún de respuestas absurdas. No importa que no las conozcamos, si es necesario nos las inventaremos. Después podrán llegar otros y adoptarlas como propias, basta repetir cien veces una mentira para convertirlo en otra más apestosa.
¿En qué momento somos capaces de creernos una estupidez? En ocasiones el individuo crédulo es aquel que es incapaz de formular teorías por sí mismo y precisa de las del prójimo para ubicarse de alguna forma. Crédulo es buena persona, no se mete en problemas, no refuta ni discrepa de nada para mantenerse en esa línea senoidal que une puntos tan dispares. Otras veces Crédulo es capaz de afirmar rotundamente cualquier idea si ésta proviene de su modelo a seguir, de su musa o de quien está convencido de poseer la verdad absoluta. Pero no me cae bien, lo siento. Prefiero a Escéptico, ese que va por ahí sin creer nada de lo que le cuentan, que necesita que todo se lo demuestren, que tiene que palpar, ver, sentir, oler, que discute cualquier teoría por válida que parezca...pero no lo prefiero por todo esto. Confío más en él porque para llegar a ser quien es, antes pasó por todo lo demás, hasta que un día se preguntó: ¿y si esto no es así? ¿Y si me equivoco? Y con la duda nació la humildad.
Adrenalina de más
lunes, 14 de diciembre de 2009
Me ha llevado muchos años lograr distanciarme de lo que ahora repudio. Aunque tampoco es tanto tiempo si rescato momentos concretos de mi ineficaz memoria, todo parece más cercano cuando lo asociamos a emociones más que a lugares o hechos. Al principio,como todo en su origen, solemos simpatizar más con el instinto, pues es quien nos regala todo lo prohibido sin pedir nada a cambio, quien nos invita a vivir y no a observar, el que nos hace sentir grandes. La conciencia llega más tarde, y no recibe tan agradable bienvenida, tiene que ir haciendose hueco hasta poder, algún día, ser quien domine los sentidos. El problema comienza cuando ese día no llega, o lo hace tarde. En mi caso creo que ese día ya llegó, aunque no marca una franja perfectamente nítida, y a veces dudo si la he traspasado o no.
En algún momento de mi vida hice uso de ella, como todos, cuando todavía no comprendía la magnitud de mis actos, pero conseguí apartarla del camino razonablemente pronto. Y conseguí hacerlo cuando la sensación que me provocaba cambió de ácida a amarga, la adrenalina se convirtió un día en hiel. El corazón ya no se me aceleraba al experimentar o al contemplarla, sino que cambiaba de ritmo de forma brusca, con un golpe, ralentizándose. A continuación todo era desprecio e incomprensión, ese odiado sabor tan amargo.
Ahora, entre iguales, cuando huelo la excitación ante un espectáculo semejante, me viene de nuevo ese sabor, provocado esta vez por el asombro ante paladares de cartón. Y no importa que dependa de si llueva, hiele o nieve, que si un caso, que si dos, que si merezca o desmerezca, llega un día en que hay que abrir los puños para transformarlos en manos, dejando atrás una de los pocas taras innatas de nuestra especie.
Momento
sábado, 21 de noviembre de 2009
El tiempo consigue alzarse en la lista de las grandes contradicciones, en la medida en que deja un rastro de evidencia tras su paso a la vez que es tan relativo para quien lo observa. Tememos al paso del tiempo, e incluso llegamos a odiarlo porque siempre actúa de forma contraria a nuestras espectativas: se extiende enormemente ante nuestra desesperación y se extingue en un suspiro ante nuestro deleite. Quizá esa sea su misión, la de recordarnos que está ahí y que no le olvidemos, que no despeguemos demasiado los pies del barro.
Debido a este temor, a menudo tendemos a posicionarnos en un punto del tiempo, en un instante, en un recuerdo, en una creencia, en una ideología, en una identidad, en algo que nos de seguridad ante la vorágine exterior, que parece no tener orden ni forma, que parece sentenciada al desastre. Situándonos, nos reconocemos, nos sentimos protegidos, y si vemos que otros tropiezan en sus caminos, nos reconfortamos y nos aferramos aún más fuerte a nuestro asidero. ¿Pero qué es sino la muerte el estancarse en un momento, sin avanzar ni retroceder, sin girar a la velocidad terrestre? ¿Qué es la vida sino aprender? La evolución es el mejor método de supervivencia.
Desubicado
miércoles, 12 de agosto de 2009
Encontrándome a mí mismo en ninguna parte, en ese lugar que antaño no creí que existiera, y que probablemente no vuelva a creerlo mañana. Todo cambia por la mañana. El sueño aniquila cualquier trasnochadora lucidez y lo convierte en un lejano eco que no vuelve a cobrar forma hasta que las ondas se unen en la lejanía de forma constructiva. Maldita mañana. Espero que aunque seas más estúpida que la noche, tu predisposición a pegarte al suelo me sea más beneficiosa. Aunque ya no sé qué es más beneficioso, el aburrido pero ordenado amanecer, o la caótica pero espléndida madrugada. Demasiadas cosas empaquetadas se alzan al alba, cada una con su etiqueta y su instante, esperadas a ser colocadas siguiendo un estricto algoritmo que no da pie a la improvisación. Mejor saborear la silenciosa entropía de la noche, que aunque carece de productividad, deja el espacio libre en el que nunca se empaquetará nada, donde en este momento resido, donde adoro encontrarme y odio visitarlo menos cada vez. Ojalá lo encontrase cuando lo busco y no cuando no me encuentro ahí fuera. Ojalá a veces no llegara la mañana para cambiarlo de sitio. Pero en el fondo quiero que llegue, para borrar todo aquello que desordene lo ordenado, que hunda lo que está bien cimentado. Porque en el fondo, y no tan hondo, no soy el que quiero, ese que tanto critico, me faltan agallas, me falta mundo y me sobran ganas. Todavía no soy un espíritu libre.
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